Tiramisú

Pequeñas olas agitaban la superficie, como si de una blanda pasta se tratara que sucumbía en caprichosas formas bajo la pala del remo del gondolero. El arco de mi ventana proyectaba una alargada sombra sobre el canal mientras las puntas de las borlas del cortinaje acariciaban mi frente al ritmo de la suave brisa…

El espejo que formaba el agua helada que cubría las baldosas de San Marcos, devolvían a aquella hora multiplicada la imagen de la imponente basílica bajo los tenues estallidos solares. Sol helado sobre la cúpula de la Basílica. Imagen fantasmagórica de la asolada plaza, bajo las aguas heladas. Curiosa estampa bajo mis pies que se abrían paso, dejando atrás el regio palazzo ducal, con intención de caminar, a modo divino, sobre las aguas sólidas del Gran Canal…
La calma asolaba los vetustos muros y puentes sobre el canal, donde aun podían verse los carteles de la última gran fiesta que había agitado la ciudad. Pocos eran los vestigios visibles de aquella anunciada fiesta que ahora costaba imaginar en tan desértico panorama. Sólo las gaviotas, levantando vuelo a mi paso, llenaban de vida y ecos el sordo ambiente. A la altura de Rialto, detuve mi marcha para contemplar el coqueto hotelito y los postigos de tu ventana, mirando sin mirar al canal, clausurados en un cierre que era como un pestillo de hierro hincado en mi corazón…
Mi segunda peregrinación hacia aquel punto de la ciudad. La primera sería ayer, agitado por la prisa, carcomido mi deseo por la ansiedad del singular encuentro. Una escueta nota, camuflada en una vulgar felicitación navideña, bastó para devolver el aliento a mis labios, la luz a mis ojos. Mis sueños te envolvieron mientras atravesaba en avión el universo, rumbo a ese instante perfecto. Bajo Rialto, un pequeño café casi oculto por las arcadas del puente. Un delirio en la historia de mi vida que no estaba dispuesto a perderme.
En la lonja del pescado y el mercado anexo se había desarrollado, según rezaban algunos boletos fijados al suelo por una transparente capa helada, un festival gastronómico a modo de homenaje al postre de todos los postres originario de la ciudad: el tiramisú. Un atractivo premio a la mejor creación, parecía garantizar la afluencia de un público ahora invisible. “Dormirán la fiesta” -pensé-, pues de otro modo no era posible entender aquel vacío asolador, que sustituía al bullicio habitual del puente Rialto.
El hielo bajo mis pies llegaba a mi corazón, mientras en mi cabeza se debatían pensamientos encontrados. La hosca sensación de la decepción por tu ausencia, la cita más esperada vuelta en clavos helados agolpados en mi corazón y hasta en mi cabeza, me acompañaba con más fuerza conforme pasaban las horas. Rodeé el cafetín vacío de la hueca cita y me dispuse a desvelar el secreto de tu ausencia. Ni llamada, ni voz, ni mensaje, nada justificó por ti ese momento saboreado en mi imaginación tantas veces que ahora sentía robado en mi existencia. Tanto tiempo llevabas prendida a mi deseo, que el vacío de las horas socavaba mi temple, corriendo el grave riesgo de caer rendido y abandonarme al dolor absoluto, a la evidente derrota que hasta ahora había podido sortear. Pero quizás no mucho tiempo más. Tenía que actuar.
Armado de valor atravesé el hall del hotelito, dispuesto a sorprenderte, a encarar la normalidad de tu verdad que tanto dolía en mis adentros. La ausencia de recepcionista me facilitó el prolongar mi determinación hacia los peldaños de la escalera que superé en pocos pasos usando mi última firmeza antes de desmoronarme ante tu puerta. El balanceo de la puerta al golpe de mis nudillos refrescó mi mente en una desasosegada sensación de dolor. No estabas -pensé-. De hecho, todo había sido un cruel engaño y tú -aún no sabía por qué- nunca habías estado allí. Pero una leve brisa balanceó la puerta más de lo que yo habría querido jamás, dejando ver la silueta de tus pies descendiendo por el límite inferior de la cama.
Entré de un salto y allí, sumida en un dulce sueño, cubierta por las sombras, te encontré. De las comisuras de tus labios aún se desprendían diminutas virutas de chocolate del postre que, sobre la mesilla de noche, aún esperaba a ser comido. Me acerqué un poco y al dar la luz, la lamparilla me dejó leer la leyenda de una pequeña banderita clavada en el trozo de pastel:
“100.000 raciones consumidas del tiramisú ganador del certamen. La ciudad de Venecia entra en el guinness gracias a su postre estrella”.