Sombras en un tren
Liviano el haz de luz que confirma rotunda la sombra, esa que mima y envuelve el cuerpo en cada gesto, en cada instante, volviendo la materia éter, el cuerpo una caricia que se multiplica entre las cosas…Un instante tu alta sombra, emerge en la tiniebla del pasillo del tren dirigiéndose a mí, dejando para siempre impresa esa imagen en mi memoria, ligada a ti, ligada al tiempo de los dos.
Aspiras el aire atlántico que pasea por la Praça del Comercio, ese balcón que pugna por abarcar la imagen del Tejo desde su orilla lisboeta. No es posible, nadie puede, pero el balcón te sugiere intentarlo. Intentas ensanchar tu espíritu con el bello horizonte que camina hacia el mar. Aspiras y sonríes el azul que embriaga al tacto de un sol marinero y térreo, un sol azul único y melancólico.
Tu cabeza cae hacía atrás mientras cierras los ojos un instante. Dejas que las corrientes atlánticas arrastren hacía la mar el peso de tu pasado. Aquí termina, parecen decir tus ojos al abrirse de nuevo al sol, libres del peso dramático que hasta ahora acompañaba tu mirar.Las piedras de las calzadas de la Alfama bailan tus pies, mientras asciendes hacía la luz.
La luz, alguien me contó una vez que Lisboa encerraba la luz escondida entre las piedras de la Alfama. Que desde entonces la ciudad dejó de ser terrenal para quedar sumergida en un sueño de lo que fue una vez, bajo la luz. Por eso en Lisboa se respira la melancolía que derraman los fados. Andar por sus calles es vagar suspendido en un sueño, escondido bajo la luz.
Si la luz ha de estar escondida en algún lugar ha de ser en Santa Luzia. Fue allí donde te vi, sacándome tus ojos de la penumbra de la noche. Mis brazos luchaban con las sombras intentando evitar que cayéramos presos de la melancolía y de los sueños. Y pudo ser. Brotó la luz en aquel mirador en honor a la santa de los ciegos. Sordos de los demás, llenos de luz, partimos de Lisboa en tren…
O eso creímos entonces. Creímos partir para llegar, abrazar un destino, libres de melancolía, llenos de luz…pero eso no es posible. No es posible partir de donde no se llega. No es posible proceder de lo que no existe. El tren quedaría enterrado entre las sombras de nuestra memoria, como un sueño no soñado, como un tiempo no vivido. Tu imagen pura aún pasea las noches entre fados oteando el horizonte del Tejo, respirando la sal y consumiendo la luz de aquel tiempo. Mi memoria no volvió, no viajó, no llegó, quedó atrapada entre las sombras que lucirán por siempre en la penumbra del sueño lisboeta.
Suspendidos entre el mar y la luz, entre el sueño y la melancolía, Lisboa y tú, os hacéis a la luz cada nuevo día…