La luz que enciendes en mi

Tantos meses aquí y aún no me acostumbro al canto del muecín, y ya debería haberlo hecho porque todas las mañanas su exótica llamada al rezo no sólo me despierta con machacona reincidencia a las cinco de la mañana, sino que irrumpe en mis sueños occidentales y consigue situarme en oriente ahora que abro los ojos. Alguna ventaja sí tiene: la luz de la luna se fragmenta en mil pedazos cuando atraviesa la filigrana enrejada que cubre el ventanuco, proyectando sombras animadas sobre la pared en la que se sujeta mi cama. No rezo, pese a la invitación y aún me queda tiempo de soñar un poco más, en oriente esta vez.

Mi querido y deseado amigo, creo que hace mucho que recibí tu última carta. Tengo la  sensación de que mi noción del tiempo se está distorsionando, perdiendo el paisaje reconocible de las emociones en la memoria. Mi tiempo se alarga como el desierto de aquí, se hace anodino como un grano de arena en una duna. No te he escrito antes para estar serena, pues cada vez que lo hago mi tiempo se vuelve a desordenar, despierto recuerdos y emociones que, entiéndelo, me agitan, me desasosiegan, y ahora necesito pasar el desierto de las horas en calma. He decidido que pase lo que pase, esta carta será la última que te escriba.

Sé que sigues enfadado, lo noté en tu última carta. Pasan demasiados meses ya pero aún no lo aceptas, aunque finjas y no lo quieras reconocer, lo sé, lo noto en ese mohín tenso en la curva de tus “l” que se estiran, como tu gesto, y aparecen tiesas. No es que no puedas, es que te resistes a entender por qué estoy aquí, por qué un día hice la maleta y partí de tu lado. Cuántas palabras, cuántas horas para explicarte lo que siento y cómo lo siento. Palabras lanzadas al viento, diáfanas, volátiles como la bruma. Una sola de mis palabras habría bastado para que entendieras que es por ti por quien estoy aquí, que inspiras cada uno de mis días y que de no haberte conocido, jamás me habría atrevido a revelarme sobre las tinieblas de mi vida y ser quien soy, sobre la luz que enciendes en mi.

No quieres entender que no necesito verte ni que me veas para sentirte y ese vínculo es tan  intenso e invisible a todos que nos vuelve especiales. Pero no te tengo y tú tampoco me tienes. Querer a alguien no es tener ni poseer, como se tienen las cosas y a las cosas no se las quiere. No te echo de menos y sé que te duele que te diga esto, porque estás siempre en mí, echarte de menos sería el olvido… y tu recuerdo vive cada día en mi memoria. Fue por ti por quien me decidí a encarar mi futuro, nunca lo habría hecho sin la fuerza y el aliento que me das. Cada día no te siento lejos, aunque tú creas que lo estoy.

No pienses que en estos momentos me siento hundida o derrotada, que la sensación de fracaso se ha apoderado de mí. Los días vividos aquí han sido intensos, plenos. No exagero si te digo que, en mi contador, cada día aquí ha sido como un año en occidente. No creas que te digo esto para que te sientas mejor, para que no sientas que desperdicio mi vida. He dado menos de lo que he recibido aquí: hay tanto por hacer, tanto por lo que luchar… siento que tengo una familia en cada mujer, en cada niño. Sus ojos al mirarme me devuelven la razón por la que lucho, el motivo que me mantiene cada día irradiando fuerza y esperanza entre todos ellos… y tú, estás en mis ojos, en mi mirar.

Hay muchas formas de vivir y quizás alguna más de vivir estando muerto. He visto muchas mujeres sin vida por la indignación rumiada y escondida, muertas de humillación secreta, de miedo entre los dientes. Pobres y desnudas en todo, hasta en lágrimas. Yo viví muerta allí, en occidente. Aquí encontré una vida y una causa, que perdurará, como los instantes que vivimos juntos, más allá de mi y de ti, más allá de nuestras memorias.

Por eso ahora, más que nunca, no has de estar triste, ni enfadado, si ya no lo entendiste olvídalo, no lo pienses. Sólo quiero que sientas el orgullo que me llena cuando te pienso, en las horas ignotas que se amontonan en esta celda desde la que te escribo. He dicho a todos que nadie lo vea, que nadie lo cuente y te pido que tú hagas lo mismo. Quiero que imagines que mi vida se fue cuando me condenaron, el tiempo pasado recluida ya no cuenta. No quiero ni escribirlo en esta carta. Olvídalo todo, el enfado, la distancia, los días y hasta las piedras que encerrarán mi último aliento mañana. Sé que me encontrarás, cada vez que me busques, en el deseo de mi en ti…