Un mal comienzo

Nadie sabe cómo aprendió a escribir, pero lo hizo y esta sería una habilidad, que dadas sus circunstancias, le proporcionaría la posibilidad de abrir su hermético y acotado mundo a una comunicación real y sin fronteras. Porque si tienes auténtica necesidad de comunicarte, el vehículo aparecerá tarde o temprano, adoptando una u otra forma, pues la voluntad de expresar puede movilizar este mundo a tal fin…y hasta podría ser que también algún  otro.

Cada día pasaba las horas asida a la barandilla enrejada que lo guardaba seguro, observando en silencio. Se había convertido en un imán para ella. A ella le gustaba observar, había desarrollado una extraordinaria habilidad para deslizarse entre las sombras de la casa. Se sentía protegida, a salvo, con la compañía del silencio y entre las sombras, en tanto observaba, dejando que el tiempo le ofreciera la película que luego urdía en su cabeza. Grababa cada pequeño gesto, cada movimiento, cada cambio; luego, en su habitación, el frío mármol pinchaba su oreja, mientras tumbada sobre él repasaba, en el limbo de las horas, las pequeñas anotaciones en su memoria.

Los ojos le tornaron cristalinos, intensos; su semblante dibujó el pavor más alarmante y de sus labios, fruncidos hasta el rizo, surgió el bramido más descomunal e imposible que había oído hasta ese día. Ella, aún subida a la barra inferior de la reja de seguridad, dibujó como si de un espejo se tratase, casi la misma expresión de pavor que reflejaba su pequeño hermano mientras caía desde lo alto de la reja de la cuna al suelo…no tuvo tiempo a reaccionar; a su espalda las profundas entrañas de la tierra parecieron quebrarse en un estruendo atronador: su madre, paralizada, la contemplaba desde el marco de la puerta de la habitación. Al poco, como en una recreación del famoso cuadro de Velázquez, cada uno desde su puesto en la sala, lloraba profusamente…

Era muy pequeña aún, pero su vida ya encontró un sentido; desde aquel desdichado incidente, pasó de observar a ser observada. Era consciente de cómo todos la miraban, de diferentes maneras, pero sin mirarla directamente, siempre de soslayo; los murmullos llegaban alguna vez a sus oídos: estaba celosa, tenían que guardar a su pequeño hermano recién nacido de ella. Tendría que esforzarse -pensó- tenía que hacer lo posible porque todos vieran que no, que ella sólo quiso acunar a Daniel en sus brazos…pero él no era tan pequeño, o ella no era tan mayor…

Sin embargo, en el fondo era consciente de que ella había pasado a un segundo plano. Desde que llegara Daniel, nada había vuelto a ser igual. Su padre, que antaño pasaba las horas en la terraza de la casa, enseñándole las letras en una pizarrita y mostrándole fantásticos dibujos de los libros de la librería del salón, ahora apenas pasaba tiempo con ella. Tenía que hacer algo, algo especial, fantástico, que deslumbrara a todos y les hiciera olvidar su mal comienzo: el mal comienzo de sus cuatro años…

Dejó de hablar definitivamente. A menudo ponía a prueba  su estoicismo mientras se helaba, primero su oreja y posteriormente su cara y su cabeza, hasta el dolor, en tanto permanecía tumbada en el suelo, escondida entre la cama y la pared en un rincón de la habitación. Ahora sí, olvidada por todos, sólo garabateaba una y otra vez en su antigua pizarrita.

Sin saber por qué, las lágrimas le brotaban cuando recordaba a su madre, que no veía desde que fueran a aquel desconcertante jardín donde decidió reunirse toda la familia. No la había perdonado, ella sabía que su madre no había perdonado aquel incidente. Sin embargo, su mente estaba urdiendo un plan que haría olvidar a todos aquel suceso…es más, incluso podría verse un atisbo de heroicidad en lo que estaba planeando…

-«Una auténtica desgracia, no es posible imaginar algo peor y en muy poco tiempo. Una fatal coincidencia…»

-«¿Y dice que dejó familia?»

-«Aún no puedo olvidar la estampa del padre, con el bebé en los brazos.»

Casi terminaba ya el turno cuando descubrió una pequeña cuartilla doblada en cuatro, estrujada entre los márgenes pétreos de las lápidas de aquella sombría ala del cementerio:

“No te preocupes mamá, aprendí como tú a desmayarme delante de los coches en la carretera, así que quiero que sepas que le he pedido al señor que reparte la suerte que te deje volver. Le he dicho que yo me quedo en tu sitio y estoy segura que aceptará. No te olvides, por favor, por favor, que fue sin querer…Daniel pesaba demasiado.”