Luces de Navidad
Oscuro, negro casi…esa era la gama cromática en la que se había movido casi toda su vida. La era del punk, incluso la del post-punk, eran muy anteriores a su alumbramiento en este mundo, pero se había enamorado perdidamente de aquella “revolución musical”, como a ella -en su modesto entender- le gustaba llamar, y su aspecto y su vestimenta, estaba convencida, debían ser su pequeño homenaje vivo a toda una época.
Miedo. Llevaba demasiado tiempo con esa palabra en la cabeza. Juan, su mejor amigo, era el culpable de aquello. Tenía que ser más arriesgado, “tenía que apurar la vida por que la vida un día va y se termina”… le decía, desplegando un soliloquio enorme, con el único fin de convencerlo de que viajara, saliera y se echara novia. Cosas todas muy sencillas, pero que desde que faltara su madre con la que vivía -y antes quizás también- se habían vuelto complicadas para él.
Lisa personificaba en sí misma todo lo osado, desconocido y peligroso que podía concentrarse en una chica. Observaba su aspecto transgresor, fijándose en cada detalle, desde un extremo de la sala de la biblioteca que él atendía. Disfrutaba con esa visión en la distancia, degustando su propio miedo, certificando el pavor que le producía el despliegue de riesgo, carácter y determinación que otras chicas pretendían ocultar pero que en ella se revelaba claro y evidente, como un aprendizaje rápido, como una advertencia expresa hacia su persona, plasmados en unos cabellos que desafiaban la gravedad, piercing, tatuajes, cuero… ¡uf! Después de observarla, se sentía afortunado con su vida plácida y sencilla.
Nada estaba claro aún en su vida. Y era así porque ella no quería que fuera de otro modo. Le gustaba pensar que todo estaba en construcción, en periodo de prueba, en fase de experimentación. Creía que lo mejor era pasarse toda la vida -literalmente- construyendo su propio criterio, considerando, probando, cambiando… Por esto mismo había casi llegado a salir con una chica, sólo casi, pues pronto su cambiante criterio, reparó en que quien realmente le atraía era el pianista del grupo en el que la chica era la cantante…fue fácil corregir aquello.
Aquél día de todos los años se le hacía insoportable. La luz le agredía, había pensado incluso en hacer un manifiesto ante el ayuntamiento, reclamando el derecho a no “padecer” semejante despliegue fotoeléctrico frente a las ventanas de su casa. Desde que faltara su madre, el encendido de las luces navideñas le traía ecos de una familia ahora rota. Sí, por la tragedia, pues su madre moriría atropellada y joven. Acuciado su dolor por los recuerdos, aquél año se atrevió a dirigir a su familia la siguiente misiva: “os aprecio y quiero, pero si sentís lo mismo por mí, no reclaméis mi presencia a vuestras celebraciones de estos días”.
Era imposible describirlo. Sus sentimientos se agolpaban y hacían volar su mente hacia los lugares más insospechados. El tiempo era dulce, acogedor, los convencionalismos que la asfixiaban normalmente se derretían como el hielo, dejando paso a la creatividad, la ausencia de normas…la imaginación ante todo. Era como un elixir que le hinchaba el corazón y le cargaba las pilas, haciéndole pensar que estar en el mundo merecía la pena…era música.
Aceptó a regañadientes subir al avión. Después de la misiva a su familia, Juan había desplegado un plan de emergencia a su alrededor, que contemplaba la opción de pasar las fiestas en Londres. Siguiendo a pies juntillas el dicho de que “ojos que no ven…”. El único problema era que Juan sí debía cumplir con sus obligaciones familiares, lo cual le situaba solo en Londres por unos días. No pudo protestar, no tuvo opción…
Gris, gris…desde el aeropuerto al centro recorrió el camino en bus hasta el hotel semblando el tono dominante. Al caer la temprana noche comprobó que como Juan había destacado, estaba en el centro. Al otro lado de la ventana se incendió la noche: miles de luces hicieron el día en lo que era un lateral de Picadilly Circus…
Desconcertado vagó por las calles sin rumbo, jugando a escoger de todas las que encontraba aquéllas que aparecían más sombrías y desiertas. Toda vez que el frío y el miedo se funden traspasándote los huesos, ya no te queda resistencia ni voluntad, sólo la entrega se presenta como la única opción, sin embargo, en su interior algo se revelaba contra aquella actitud pasiva.
Estaba en la calle, literalmente. No porque ahora sufriera el agudo pinchazo del frío mientras apuraba un pitillo a la intemperie, sino porque el chico del piano, a quien había decidido acompañar en su gira por el Reino Unido, se había liado a besos con la que casi fuera su chica, aprovechando el descanso que la Lexington programaba en los pases de grupos noveles.
– ¿Me das un pitillo?
Aquella voz le resultó familiar, aunque aún no reconociera a aquel chico surgido de las sombras que ahora estaba a pocos pasos de ella, le acercó el pitillo…
– Gracias.
– ¿Eres de Madrid?
– Claro, estoy de vacaciones.
Cierto, algo cambiaba en su interior. Era un buen momento para empezar a fumar, en tanto pensaba que, finalmente, Juan tenía razón: en aquella ciudad realmente podría encontrarse como en casa. Pudiendo volver a contemplar a Lisa…sus miedos estaban en orden.